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Sentadas en la sala de una casa en el Gran San Salvador preparaban parte de la gira que las llevó a conocer España a finales de 2017. A pesar de que el viaje estaba cerca, no podían creer que subirían a un avión y se presentarían en distintas ciudades ibéricas. Un sueño que resultaba imposible para un grupo de mujeres que trabajaron en el mercado durante muchos años y que ahora se dedican al teatro.

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Durante casi siete años este grupo conformado por Wendy Hernández, Evelyn Chileno, Ruth Vega, Magaly Lemus, Magdalena Henríquez y Mariam Santamaría  se ha presentado en distintos centros culturales y teatros en el país, pero también han llevado sus piezas dramáticas a centros educativos, penitenciarías y centros de ayuda a la mujer. Estas seis mujeres, cinco de ellas vendedoras informales, se encontraron un día frente a la oportunidad de las artes escénicas y desde entonces sus vidas cambiaron.

No había dinero para hacer teatro, pero Egly Larreynaga, directora del proyecto, tuvo fe. Talento y receptividad había. “A La Cachada le falta formación y consolidarse. Si estuvieran en otro país no nos costaría conseguir fondos, pero en el país no hay”, comenta. Las actrices y su directora realizaron una campaña de crowfunding en internet para conseguir el dinero de los boletos y la estadía durante su gira en octubre de 2017 en España.

Razones para subir a las tablas hay muchas, su principal motivación es contar sus vidas, para que el resto de los ciudadanos, sus espectadores, puedan entender las dificultades de las mujeres en un país donde la exclusión y la violencia es parte de la regla. El trabajo no ha sido fácil, pero el grupo ya empieza a ver sus frutos, entre ellos cruzar el Atlántico y presentarse en escenarios en Madrid, Sevilla y Cádiz.

En un inicio vieron esta nueva vida con temor. Miedo al qué dirán y a las críticas de sus familias, por no ver el arte y la cultura como una forma de ganarse la vida. “Al inicio pensábamos que Egly (Larreynaga) estaba loca, pero esa locura nos contagió y enloqueció. Gracias al teatro encontramos cosas maravillosas”, asegura entre risas María Magdalena Henríquez, una mujer que durante seis años ha visto su vida cambiar con las artes. “Mis hijos han visto el cambio. Mi relación con ellos es diferente, ya no hay gritos ni golpes en casa. Todo ahora es diálogo”, afirma.

Las mujeres de La Cachada viven en ambientes de violencia y frustración. Al llegar al teatro abrieron los ojos y descubrieron que lo que antes habían vivido no era normal y que era el momento de cambiar. “Los talleres y la actuación fueron un respiro a todos mis problemas. El teatro me enseñó que sí se puede soñar y convertir esos sueños en realidad”, explica Magaly Emperatriz Lemus, una joven de 29 años que dejó de hacer limpieza en los hogares para dedicarse a esta nueva actividad.

A pesar que algunos miembros de la familia de Lemus aún creen que la actuación es sinónimo de vagancia, se alegra de ver que su círculo más cercano la anima y apoya. A sus siete años en el grupo ha visto grandes transformaciones en su vida. Ahora se desenvuelve mejor ante el público, se ha vuelto solidaria, pero sobre todo ha descubierto que el teatro la hace feliz.

La metamorfosis es un rasgo común en este grupo de mujeres. Ruth Nohemí Henríquez logró dejar atrás su frustración y enojo. “Antes le gritaba a mis hijos, me pesaba el trabajo que hacía, era un amargura completa. Había olvidado por completo mis sueños y mis aspiraciones”, recuerda. A medida que entró al teatro, conversó y actuó, fue sanando. “La Cachada me ayudó a entender que la crianza que le daba a mis hijos era errónea, cuesta salir del círculo, pero se puede”. Para Henríquez, estar sobre el escenario es contar algo que la avergonzó en la vida, que la hizo sentir culpable, pero que ahora es pasado. “Hemos avanzado, ya no estamos ahí (en situaciones de violencia), me alegra contarle a la gente que de todo lo malo se puede sacar algo bueno”.

A Larreynaga le gusta regresar en el tiempo y recordar los inicios del proyecto. Al principio la obra que duraba 10 minutos fue creciendo hasta los 45 o los 50 minutos. “Ese trabajo impactó muchísimo, ahora ha tenido más de 100 presentaciones. Hay una necesidad por ver lo que estas mujeres tienen que decir”.

El sueño de las artistas no acaba. Quieren seguir creciendo, tener un espacio propio. Ahora se reúnen y ensayan en la casa de su directora, pero esperan algún día tener un local en el que puedan dar talleres y seguir haciendo teatro. Larreynaga dice que todas las vidas de las actrices han cambiado. “Cuando veo videos antiguos y las veo ahora me doy cuenta que son mujeres diferentes, eso es otro tipo de valor y de remuneración. Eso es impacto”.



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