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Al hacer un pequeño sondeo con salvadoreños en el exterior, el rastro de la lluvia en la tierra que se transforma en vapor que penetra por todas partes, es el olor más recordado.
Por Carmen Molina Tamacas

“Pues me recuerdo mucho del olor de las flores de carao cuando caen las primeras lluvias de mayo”, contestó Mhynor Elías Ruiz, comunicador radicado en la península ibérica.

Y así, pasan los días, los meses y los años y no hay más remedio que extrañar el olor a la tierra mojada en El Salvador.

Desireé Mazier, comunicadora radicada en Francia, se emociona y comienza a escribir una gran lista de los olores que le recuerdan a El Salvador. “Me dijiste uno y no puedo”, se ríe.
La tierra mojada era lo primero, aunque después lo cambió y dijo “loroco”. “El de la tierra mojada de plano que no es igual a otra tierra. Pensé en ese el primer lugar cuando me preguntaste pero como aquí llueve tanto he logrado encontrar a veces en verano un olorcito parecido”, recordó.
“Tierra mojada después de la lluvia”. Esa fue la respuesta definitiva de Ileana Córdova, quien creció en San Salvador antes de mudarse a Idaho, hace más de 25 años. “Mi respuesta es poco original: el olor a lluvia, a tierra mojada, a ‘verde’: tronco con moho”, dijo también desde España la escritora Tania Pleitez.

Diego Murcia, periodista y escritor radicado en El Paso, Texas, dice: “Para mí es una mezcla de nostalgia y buenos recuerdos. Soy una persona que se crió muy cerca de los cafetales, entonces el olor a la tierra mojada me recuerda a la época en la que andaba subido en los palos, cortando frutas o ayudándole a mis abuelos a cortar café o naranjas o acarrear cosas del monte. El olor a la tierra mojada me recuerda a la infancia y de alguna forma cuando pienso en El Salvador pienso en tierra mojada y viceversa porque es un olor que no podés recrear en ninguna otra parte. Acá por ejemplo en el desierto, cuando llueve y se moja la tierra no huele igual. Lo que se te mete por la nariz es una especie de vapor reseco, sin textura, totalmente diferente a lo que de niños estábamos acostumbrados. Porque además la tierra mojada es sinónimo de frutas de temporada o de jugar en la tierra o de salir a bañarte debajo de los ductos donde cae el agua, con los vecinitos… y entonces desatando los reclamos de tu mamá… es nostalgia porque aunque yo regrese y sepa que voy a pescar alguna llovizna eso no se va a comparar a los días que yo viví en mi época de infancia porque la mayoría de esa gente ya está muy vieja o ya murió y porque la zona en la que yo vivía ha experimentado un cambio urbanístico muy grande”.

Lo mismo opina Abraham Daura, quien vive en la capital de Argentina, Buenos Aires. “Es como algo que llevo conmigo desde muy chico… y que en esta enorme ciudad no lo sentís ni por casualidad”.

Para Jorge Colorado, antropólogo que vive desde hace poco tiempo en Nueva York, además de la tierra mojada, el aroma de El Salvador en su memoria incluye la pulpa de café y la hierba recién cortada. “Me recuerdan el país en diferentes momentos. Mi familia cultivaba café y el olor a pulpa de café era de los beneficios en Jucuapa, cuando lo siento recuerdo eso”, añadió.

Hay otros olores particulares que calan en la memoria de quienes se fueron a otras latitudes, como el incienso de las iglesias y, aunque parezca extraño, el humo -en diversos contextos.

“Olor a incienso en las iglesias y algunos pueblos, olor a café al sol, olor a humo de bus”, dijo por su parte Carlos Eduardo Torres, quien vive en Cataluña, España.

Desde luego las flores, el queso y las tortillas y hasta el hervor de la sopa de frijoles están en esa lista de olores preferidos.

“Pues me recuerdo mucho del olor de las flores de carao cuando caen las primeras lluvias de mayo”, contestó Mhynor Elías Ruiz, comunicador radicado en la península ibérica.

Francisco Ayala Silva hace una lista comenzando por el refresco de carao, “el olor ‘a pata’ del queso seco”, los vegetales pisoteados de los mercados… aunque hay algo que recuerda con añoranza especial: el olor a aserrín de lápiz de los sacapuntas escolares.

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  1. El olor a tierra mojada me recuerda los caminos polvorientos en verano, al recorrerlos a pie cuando iba de visita a mi pueblo natal: Talnique, un pequeño paraíso enclavado en la ladera norte de la cordillera del bálsamo. Me encantaba caminar sobre ellos cuando recién había caído una tormenta. Es un olor que huele a flor, a fruto, a semilla que son el origen de la vida en la campiña salvadoreña.

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